Después de llegar al Goethe Institut, me entra, como siempre, tremenda ansiedad por conseguir Internet. Y esta vez no es tanto para lurkear en Facebook, sino para comunicarme con mi familia, que no tiene ni idea cómo me fue en el viaje transatlántico. A pesar de llegar cansado, hediondo, super-encartado y con una ropa horrible, no voy a poder llegar a la casa hasta que llene ciertos papeles. Que la residencia, que el seguro, que pagar 200 euros de depósito, que la cuenta del banco, que el inventario, que la prueba del idioma, etcétera, y yo solamente con ganas de dormir.
Finalmente, voy ya rumbo a mi nuevo hogar. Y voy en el carro con un iraní, el primero que conozco acá. El man tiene familia acá y se saluda de beso con quien creo yo era su tío. Finalmente, ya me encuentro en un cuartico, bastante ameno, con unas ventanas super-raras, cocina, nevera, lavamanos y clósets. El cuarto está bien chévere, para qué. Pero le hace falta algo, muy, muy importante: Wi-Fi. Me fijo además en los tomacorrientes; unas cosas raras ahí. Sí, fui un estúpido y no me preparé con adaptadores. Pero es que la cosa no basta con un adaptador: aquí se manejan 220 voltios, no 110 como en Colombia. Imagínense entonces mi angustia de no poder prender el computador, no poder hablar por Skype con mi familia, y por qué no, de no poder ver cuántas notificaciones tengo en Facebook y cuantificar mi popularidad.
El primer día, la angustia y el cansancio me vencen, y para mi bien, me quedo dormido a las 6 de la tarde de acá, que es como dormirse a las 11 de la mañana en Colombia. Al día siguiente, tengo la primera clase, y conozco a quienes serían inicialmente mis compañeros. Lo primero que me llama la atención, es que hay una gran cantidad de árabes, y todos hablan árabe entre sí. No es sino hasta dos meses después que llegaría la venganza de los latinos, que hablamos siempre español entre todos. Pero bueno, ellos son 22 países, 22 países que tienen un gran peso en el mundo. No niego que ese primer día, me sentí angustiado, y las primeras semanas ni me atrevía a hablar.
Ya en la tarde, me dispongo entonces a ir a la tienda electrónica a comprar el adaptador. Es la primera vez que saldría al centro de la ciudad. Afortunadamente, consigo el del computador, y finalmente, tengo Internet. Hablando de otras cosas, me dispongo también a buscar dónde comer. Encuentro un restaurante cerca, y me doy cuenta que aquí en Alemania la comida es cara, y el plato típico es el Schnitzel (equivalente a la milanesa en nuestra gastronomía). En ese momento, ya por lo menos en el aspecto de instalarse en el cuarto, me puedo sentir un poco más tranquilo.