viernes, 4 de julio de 2014

Decisiones II: Llorando sobre sus hombros


Me he dado cuenta que soy una persona que sufre cuando debe tomar decisiones, por más estúpidas que sean. Siempre he preferido que 'el destino' decida por mí antes que yo pueda actuar. Y aunque muchas veces funciona y lo más de bien, queda un sabor agridulce en la boca que te dice 'hey, no hiciste nada, esto que te salió bien no fue gracias a ti, y lo peor, ya vas a llegar a un momento en el que esto no te va a funcionar más y si no te decides, por default, te va a tocar siempre el peor lado'.

Yo siempre he pensado que la 'toma de decisiones' es una ciencia cuantificable, así igualita a esa ciencia que usa los valores esperados, desviaciones estándar e intervalos de confianza para saber si la acción A es mejor que la acción B. Sin embargo, las decisiones rápidas no te dan tiempo de hacer toda la estadística y pensar. Muchas veces, además, el simple hecho de saber qué variables vale la pena cuantificar, antes siquiera de hacer la estadística, ya es toda una ciencia de por sí.

Si estás en Medellín y tienes dos carreteras y no tienes ni idea qué camino coger, pues la decisión muchas veces se toma es a la loca o por pura 'intuición femenina'. Eso es lo bueno de que no sea mujer: que las mujeres decidan por mí, ya que esa 'intuición femenina' les da una confianza que las atreve a decidirse hasta en las situaciones más inverosímiles, por algo que no tienen ni idea, y por ende, si no era lo correcto, se les puede echar la culpa fácilmente.

Hay otros que dicen que el yeré de decidir está sencillamente en decidirse, que no importa si es buena o mala decisión, lo único que cuenta es que tan rápido hundes el botón para responder. Según he oído, eso es un pensamiento predominantemente latinoamericano, y creería yo, que si un asiático que entiende español lee esto, debe estar retorciéndose ahí donde está por semejante barbaridad que acabé de decir.

Debo confesar, que como cosa rara, mi alma y mi ser se decidieron hace rato por ser de esos típicos indecisos, que prefieren regalar la decisión a otra persona, que aprietan el botón por allá a los 5 minutos, que son atropellados por que no supieron nunca si doblar a la derecha o a la izquierda, y que antes de meter las patas, ya hubo otro tonto y confiado que tomó la decisión, y que se prepare, porque si la tomó mal, se llevará todos los regaños.

Por último, el temor al fracaso es otra de las piedras en el zapato más grandes a la hora de tomar decisiones. Alguien que llora 5 días por una decisión tonta y mal tomada en realidad es porque no tiene la madurez suficiente para encargarse de sus propias decisiones. El problema se torna peor, cuando ese alguien, ha tomado la firme decisión de ni siquiera cambiar un poquito. Buenas noches.



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