Soñar algo y tener luego que desistir es duro. Generalmente, las personas dicen que nuestros sueños no tienen límite, y que en lo posible, debemos nuca renunciar a ellos. Pero eso en parte depende del calibre del sueño que tú tengas. Mis sueños son demasiado ambiciosos, y si quieren ponerle nombre propio, es convertirme más o menos el nuevo Thomas J. R. Hughes después de que él muera. Si sabes así sea un poquito de Elementos Finitos y Mecánica Computacional, sabrás que lo que acabé de decir raya en lo absurdo y que estoy listo para internarme en un manicomio.
Ahora bien, hay personas cuyos sueños en realidad sus fáciles: mi sueño es ser mamá, mi sueño es ser un empresario exitoso de calzado, mi sueño es ayudar a los más necesitados, en fin, sueños que según mi forma de ver la vida más bien son hobbies. Claro que yo en parte quiero también ser papá, pero no tener hijos, no creo que me vaya a atormentar tanto como otros sueños truncados sí pueden.
Hay momentos también es lo que tu humildad se pone a prueba, y te das cuenta que gente mejor que tú en lo que tú creías ser el mejor, abunda y por montones. Sí, lo digo por la maestría, ya que la verdad mis resultados no han sido los mejores, y creo que descubrí el techo de mis sueños. Ese techo en el que debo dejar de soñar y debo más bien ponerme a trabajar. Y no sería trabajar por los sueños sino trabajar para poder vivir. Porque muchas veces el mejor sueño que puedes tener es simplemente, darle sentido a tu existencia y vivir tu vida a plenitud, en vez de matarse por algo por lo que no naciste.